"PRÓXIMO VIERNES SANTO, 30 DE MARZO DEL 2018, ESTACIÓN DE PENITENCIA DE NUESTROS TITULARES"

lunes, 23 de marzo de 2009

SEGUNDO DÍA DE SEPTENARIO. MIRADA AL CRUCIFIJO



Homilía del segundo día de Septenario:

Todo se ha cumplido. Estamos en el fin del final: - "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y dicho esto, inclinó la cabeza y expiró. Los soldados de Pilato le dieron por muerto y no le quebraron las piernas como a los otros dos crucificados. Con todo, uno de los guardianes recordado después como Longinos por la tradición cristiana- para cerciorarse de su muerte, y como "tiro de gracia", empuñó la lanza y taladró con ella el costado, es decir, el corazón, del crucificado, del que manó luego sangre y agua.
Con lo cual, la lanzada vino a rubricar a un tiempo el acta de defunción del Mesías, clave de nuestra salvación, y también su amor insondable a los hombres, hasta la última gota de su ser viviente. Vale decir también lo del "tiro de gracia" (expresión, por otra parte, extrañísima), porque la brecha de Longinos hizo saltar los manantiales de la gracia redentora: agua del Bautismo, sangre de la Eucaristía, nacimiento místico de la Iglesia, del costado de Cristo ya exangüe, como lo fuera Eva del de Adán dormido.
Todos los comentaristas de este pasaje evangélico, hasta los exégetas de hoy, buscan claves simbólicas para su interpretación. Es el mismo San Juan el que da pie para ello, confesándose testigo de los hechos, cosa que hace rara vez en su Evangelio: "El que lo vio, dice, da testimonio. Y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis" (Jn 19, 36). ¿A qué decirnos esto con tanto énfasis, si sólo se tratara de la secreción acuosa de una herida? Estamos pisando, como Moisés en el Sinaí, una zona de misterio. Sigamos por ella, aunque volando a menor altura.
Permanece todavía, alzada e izada en la cima del Calvario, la cruz del escarnio y la victoria, con el INRI hecho grabar en su cabecera por Poncio Pilato, proclamando, a contrapelo del Sanedrín, el señorío mesiánico y universal del Nazareno crucificado. Reconstruyo en mi interior su estampa más sublime: abiertos los brazos e inclinada la frente, en gesto de acogida sobre el mundo. Amoroso el semblante en expresión sagrada y silenciosa, según quedó plasmado en la pintura y la escultura del Cristo de Velázquez o el de la Buena Muerte, de los estudiantes sevillanos.
No hubo tiempo, empero, ni siquiera entonces, para una callada meditación. Avanzaba la tarde del viernes y había que retirar los cuerpos de los ajusticiados en las breves horas que faltaban para el descanso sabático. Sobreponiéndose al trauma y al desconcierto, entran en juego, rápidos y bien conjuntados, los mejores amigos de Jesús.
El primero, José de Arimatea, un noble senador, discípulo suyo, que esperaba el Reino de Dios. De él dice San Marcos que se dirigió resueltamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús; que Pilato mostró su extrañeza de que hubiera muerto tan pronto y se aseguró de ello llamando al Centurión (cautelas del Derecho romano); y que, al fin, le concedió el cadáver a José de Arimatea.

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